Cultivar valores humanos en tiempos de algoritmos. Una nueva disciplina promete que la ética deje de ser una instrucción externa para convertirse en una arquitectura interna visible, desafiando así el histórico hermetismo de la "caja negra" de la IA.
Por Ricardo Trotti
Miami – 2 de octubre de 2025 (Ensayo paralelo a mi
novela “Robots con Alma: atrapados entre la verdad y la libertad”).
Le pedimos que
nos guíe en el tráfico, que traduzca idiomas desconocidos y que redacte correos
o informes que luego defendemos como propios. Aceptamos incluso sus
alucinaciones como verdades, la consultamos por una erupción en la piel, por el
“mal de ojo” o por nuestro futuro económico. Y hasta nos sorprende que nuestros
hijos conversen con ella como si fuese un amigo más.
La Inteligencia Artificial Generativa (IAG) se volvió
una presencia cotidiana, un copiloto al que cedimos el volante de nuestra vida con
entusiasmo y miedo a la vez, porque no comprendemos del todo a qué nos
exponemos. Su expresión más visible son los Modelos de Lenguaje de Gran Escala
(LLM), como ChatGPT, Gemini o Copilot, capaces de redactar, responder preguntas,
traducir y actuar como consejeros o confesores.
Ese temor alimenta debates en universidades, en juntas de desarrolladores y en parlamentos que intentan regular una fuerza que avanza más rápido que nuestra capacidad de comprenderla.
